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Es verdad pero no me importa
En los diversos debates sobre el aborto, el género y otros temas polémicos, vemos que para mucha gente no importan los argumentos que se expongan por más documentados que estén. Muchos terminan diciendo: “Es verdad que el feto tiene vida humana, pero igual apoyaré el aborto”, “Es cierto que un transexual tiene manzana de Adán y próstata, pero igual lo consideraré una mujer”, “Es cierto que los cromosomas determinan si eres varón (XY) o mujer (XX), pero igual creo que nadie nace ni masculino ni femenino”. “Es cierto que el feto es un cuerpo humano diferente al de la mujer, pero igual creo que ella debe decidir si vive o no”.
Es como un diálogo de sordos, donde ya no importa lo demostrado por la ciencia sino la opinión de cada quien. ¿Cómo derrotas a una mentira si ni siquiera la verdad es aceptada como argumento? ¿Cómo desenmascaras a una ideología llena de falsedades si cuando cuentas con argumentos irrefutables, muchos consideran que eres tú quien odias y discriminas? De nuevo resuenan las palabras de Jesús: “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen” (Marcos 8, 18).
Las distintas “verdades”
Cuando los nuevos “ideólogos” se ven acorralados por los argumentos y hechos comprobados, el recurso que utilizan es decir que cada quien tiene su verdad y que hay que respetar las distintas “verdades”. ¿Es cierto esto? La confusión es tal que muchos preguntan cómo Pilatos: ¿Qué es la verdad? (Juan 18, 38), tras lavarse las manos por supuesto. No existen varias “verdades” sino una sola. Pueden existir diversas opiniones en distintos temas y por supuesto cada opinión deberá ser respetada, pero la verdad siempre será una sola. Si vamos a nuestra fe, Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14, 6) y nos dejó al Espíritu de la verdad (Juan 16, 13)
¿Creemos estas palabras?
Si un cristiano ignora o rechaza la verdad en cualquier tema, está rechazando al mismo Cristo y al Espíritu Santo (Marcos 3, 29) Es cierto que en nombre del amor y la misericordia debemos acoger y comprender a toda persona sin distinción, por más equivocada que este. Pero nuestra misión no es solo acoger y comprender sino también corregir desde el amor y como una obra de misericordia. No en vano Jesús le dijo a la mujer adúltera: “Vete en paz y en adelante, no peques mas” (Juan 8, 11) El padre de la mentira (Juan 8, 44) ha logrado colonizar ideológicamente a muchísima gente (especialmente jóvenes). En base a premisas falsas, las mantiene “hipnotizadas” de tal manera que ni siquiera escuchando la verdad la distinguen como tal.
¿Qué hacemos entonces?
Solo el Espíritu Santo nos puede ayudar a proclamar la verdad con tal ardor y unción, que más y más personas puedan escucharla y aceptarla. Sin embargo hay un requisito previo: debemos luchar por vivir esta verdad. Si predicamos el Evangelio, pero ni siquiera nos esforzamos por vivirlo en nuestra vida privada y cotidiana simplemente no nos va a creer nadie y con justa razón. ¿Esto hará nuestra tarea evangelizadora más cuesta arriba? Claro que sí, pero debemos confiar en la fuerza de la verdad, porque es la fuerza de Dios mismo. Por otro lado, cada vez que un alma se convierta producto de escuchar y aceptar la verdad, debemos celebrar aquí en la tierra como se celebra en el cielo (Lucas 15, 7), con una verdadera fiesta aunque sean pocas las almas que ganemos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]