Recientemente, un joven músico peruano sufrió el bochornoso incidente de ver publicado en internet un vídeo íntimo que él mismo filmó hace unos años con su pareja de ese momento. No es mi intención juzgar al muchacho o entrar en los detalles del asunto que no vienen al caso. Lo que me sorprendió fue que la recomendación generalizada que circuló en los medios ante dicha eventualidad, se resume en este dicho: “Esas cosas se graban, se disfrutan y se borran”. Esta expresión resuena en la boca de “figuras” de la farándula y son asumidas por niños y jóvenes como si fuera una verdad absoluta. A nadie (que yo sepa) se le ocurrió siquiera insinuar o cuestionar. ¿Por qué apelar a la pornografía para motivar encuentros sexuales con tu pareja?, ¿Es este un comportamiento normal o incluso “recomendable” como sugieren algunos?
Detrás de este “dicho” hay una peligrosa “filosofía de vida” que invita a no discernir lo que es bueno y lo que es malo; lo que conviene o lo que no conviene. Las cosas simplemente hay que experimentarlas, “disfrutarlas” (¿?) y luego borrarlas u olvidarlas. El problema de ello es que lo intrínsecamente negativo siempre deja huella negativa en nosotros y/o en los demás (Romanos 6, 23). No es nada fácil “borrarlas” y punto. Por ello nosotros los adultos, cuyo derecho a la privacidad nos permite hacer “lo que sea” dentro de 4 paredes, aun así no debemos dejar de discernir lo que es bueno o malo para nuestra vida ya que “todo me es permitido, pero no todo me conviene” (1 Corintios 10, 23).
Para lograr una vida sexual plena con tu pareja, no hace falta apelar a la pornografía, ya sea propia o ajena. Tener que apelar a ello podría más bien, significar la existencia de otros problemas subyacentes. El amor genuino y la sana y natural pasión que este conlleva, deberían ser suficientes para ello.