Les cuento tres situaciones de la vida real como siempre:
- En el año 2011, en México D.F. se llevó a cabo un gran evento de Iglesia en el Estadio Azteca por la beatificación de Juan Pablo II. Allí casi toda la participación musical fue de músicos seculares (salvo Martín Valverde que cantó una sola canción).
- Para el 2010 el Arzobispado de Lima convocó a un gran evento juvenil donde se congregaron casi 50,000 jóvenes y cuyas presentaciones musicales estuvieron también a cargo de grupos y solistas comerciales, salvo el grupo de animación que abrió el evento.
- En 1997 se realizó en Chile el Encuentro Intercontinental de Jóvenes y se hicieron en 8 sedes si mal no recuerdo. Fuimos invitados varios músicos católicos pero nuestra participación se limitó a 15 minutos nada más ya que los grupos “de fondo” fueron todos músicos seculares chilenos.
Suele suceder en varios países de América que algunas grandes convocatorias eclesiales tengan una mayoritaria participación de músicos seculares. A veces estos eventos son patrocinados por canales de televisión o productoras que imponen a sus artistas. También existe el criterio en ciertos ambientes eclesiales que invitando a músicos seculares se logra convocar a un mayor público fuera del ámbito religioso.
Lo que más me preocupa es amargura que a veces encuentro entre mis colegas músicos católicos ante esta situación. Detrás de esta aparentemente “marginación” o “maltrato” del cual seríamos víctimas, aparece la peligrosa tentación del hermano mayor del hijo pródigo (Lucas 15, 11 – 32). El no quiso entrar a la fiesta que ofrecía su padre para celebrar el regreso de su hermano menor ya que lo consideraba una injusticia. Sin embargo la respuesta del Padre fue conmovedora: “Tu siempre estas a mi lado y todo lo mío es tuyo”. Estar junto al Padre todo el tiempo y compartir con él su obra era un premio muchísimo mayor que cualesquier fiesta o cualquier ternero cebado, pero la tentación hacía que el hermano mayor no se diera cuenta de ello.
De la misma forma, los músicos católicos estamos siempre ante la presencia de Dios cantando en la Santa Eucaristía. Ello no es solo un “servicio” ni un “premio consuelo” por nuestra falta de talento, sino un gran PRIVILEGIO. La misma Gloria que Moisés recibió en el Monte Sinaí la recibimos nosotros cuando cantamos con nuestras guitarras, panderetas y bombos en Misa. ¿Puede existir algún privilegio mayor a éste?. A veces nos pasamos la vida “anhelando” cantar en estadios llenos o ganar “Grammys” y eso nos hace olvidar que YA participamos del mayor mega evento que existe en la creación (Apocalipsis 19, 1 y ss) y recibimos el mayor premio que podemos recibir (Mateo 26, 26).
No importa si no cantamos en los megos eventos que a veces se organizan en la Iglesia. Más bien, deberíamos orar para que el músico secular invitado (que probablemente vive alejado de la fe) sea tocado por Dios luego de participar de algún evento de fe. En la parábola aludida, no sabemos literalmente si el hermano mayor entró finalmente a la fiesta, pero yo quiero imaginar que el padre logró convencerlo a través de su inmenso amor.