Los católicos consideramos a la Virgen María, digna de veneración (dulía) al igual que todos los santos. Sin embargo, tratándose de la Madre de Jesús y por expreso mandato de la Palabra de Dios, a la Virgen le rendimos una veneración especial y superior a la de los santos, la misma que llamamos hiperdulía. ¿Cuál es el fundamento bíblico para ello?
En el himno “El Magníficat” del Evangelio de San Lucas, la propia Virgen María dijo proféticamente: “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Por la expresión “me llamarán bienaventurada”, queda claro que estas palabras no son “opcionales” sino que constituyen un verdadero mandamiento para todas las generaciones de cristianos de todos los tiempos. Se trata de una auténtica “bienaventuranza personal” que Dios quiso conceder a su Santísima Madre por este singularísimo atributo. ¿Por qué se trata de un culto especial? Por el fruto bendito que llevó nueve meses en su vientre y que nadie en la historia de la humanidad tuvo o tendrá la dicha de llevar de la manera como ella lo llevó. Esto ya lo había afirmado en la misma escena su prima Isabel, quien llena del Espíritu Santo dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42) ¿Hace falta mayor explicación?
Ahora bien, la Iglesia siempre ha aclarado que la hiperdulía o veneración especial que recibe la Virgen María, no se equipara en lo más mínimo y de ninguna manera al culto de adoración que está reservado exclusivamente a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Iglesia jamás ha enseñado ni directa ni indirectamente que la Virgen María sea una especie de “diosa” equiparable a su Hijo Jesús, ni mucho menos que sea una especie de “cuarta persona” divina.