¿Porqué será que los jóvenes no vienen a la iglesia?

Estas tres historias son completamente verídicas y lamentablemente frecuentes:

  • Un joven llega a Misa por primera vez o luego de mucho tiempo. Es verano y lo hace vestido con sandalias y shorts. La responsable de liturgia (distinguida dama de la parroquia) le sale al encuentro y le grita delante de todos: “como te atreves a entrar a la casa del Señor vestido de esa manera” y lo echa. ¿Consecuencia?: ese joven nunca más vuelve a pisar la parroquia.
  • Los jóvenes luego de la misa juvenil se quedan en el atrio parroquial a conversar. Hacen algo de bulla ciertamente. El sacristán y el vicario salen a “botar” a gritos a los jóvenes diciéndoles que ese no es lugar para conversar. A uno de ellos le sale una frase clásica: “váyanse a su casa”. ¿Desenlace?: Los jóvenes obedecieron literalmente esa orden y hasta el día de hoy ya no se escucha esa “añorada” bulla juvenil de años atrás en dicha parroquia.
  • Un párroco, preocupado por la formación doctrinal de sus confirmandos, entra a la reunión de confirmación y sin previo aviso, toma “examen oral” a los jóvenes. Le pide a una chica que repita “de memoria” las virtudes capitales y las obras de misericordia espirituales. La chica balbuceando dice: “no recuerdo” (de memoria, yo tampoco lo recordaría ciertamente). El párroco la expulsa de la confirmación. ¿Resultado?, la chica ahora asiste a una Iglesia Evangélica.

¿Porque será que los jóvenes no vienen a la Iglesia?, me preguntó una señora luego de una charla de verano. Había 70 personas de las cuales la más joven tenía más de 35 años. No se trata de permitir que los jóvenes vengan a Misa vestidos como sea, ni dejar que hagan laberinto en el atrio parroquial, ni dejar de preocuparse por su formación doctrinal, pero “toda corrección” debe hacerse CON AMOR y de manera GRADUAL. El propio Jesús nos sugiere que al corregir a un hermano lo mejor es hacerlo “a solas primero” (Mateo 18, 15) y luego junto a dos o tres testigos (Mateo 18, 16). El apóstol Juan habla con mucha dulzura en su carta escrita cuando él tenía ya casi 100 años (1 Juan 3, 18) pero cuando era adolescente le pidió a Jesús enviar fuego del cielo para destruir a los samaritanos que no habían aceptado su mensaje (Lucas 9, 54). ¿Si Dios tuvo paciencia con este joven apóstol, porque nosotros no podemos tener paciencia y amor con nuestros jóvenes?.

No hay que olvidar que el principal deseo de Dios es la salvación de las almas (1Timoteo 2, 3). Por encima del celo litúrgico, del orden en las asambleas y de la rigurosidad doctrinal, está la salvación de una persona, ya que cuando ganamos un alma hay “fiesta en el cielo” (Lucas 15, 7) y si se pierde un alma por nuestra soberbia o nuestra falta de amor, tendremos que dar cuenta de ello ante Dios (Marcos 9, 42).