Jesús dijo que quien crea en él, tendrá vida eterna (Jn 6, 47) pero ¿Qué es la eternidad? ¿Un transcurrir ilimitado de tiempo? ¿Solo una existencia que dura indefinidamente? La Palabra de Dios parece confirmar esta idea cuando menciona la expresión “por los siglos de los siglos” varias veces (1 Pe 5, 11; Gal 1, 5; 1 Tim 1, 17). Bajo esta lógica, Jorge Luis Borges, afirmó en una entrevista que, si el cielo fuese real y eterno, resultaría una tortura pues sería muy aburrido.
Lo que sucede es que nuestra vida humana está sujeta al tiempo de manera lineal, vale decir, un suceso tras otro, una emoción tras otra, un sentimiento tras otro. Primero somos bebés, luego niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos de manera consecutiva hasta nuestra muerte. Sin embargo, en la eternidad el tiempo no existe tal y como lo percibimos.
Boecio definió la eternidad como la “posesión total, simultánea y completa de una vida interminable” y Santo Tomás de Aquino coincidió con esta definición en su Summa Theológica (Artículo primero, cuestión décima). La vida eterna no es una interminable repetición consecutiva del bien, sino la experiencia total, simultánea y completa del bien. Solo como ejemplo podríamos decir que, lo primero sería como comer tu comida favorita todos los días por siempre, (lo cual efectivamente resultaría una tortura a la larga). Lo segundo sería como sentir el placer de todas las buenas comidas existentes en simultaneo, las hayas probado o no en tu vida humana, por siempre.
En realidad, no estamos capacitados para concebir lo que será la vida eterna junto a Dios. Por ello San Pablo dijo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2, 9)