Si nuestros hijos han sido criados en familias creyentes, lo primero que suelen cuestionar es: ¿Que pruebas hay de la existencia de Dios? ¿Solo debo creer que Dios existe porque me lo dijeron mis padres o lo dice la Biblia? En realidad, hay muchas formas de responder a esta pregunta, tanto desde la ciencia, la filosofía y la teología, pero la más sencilla y comprensible quizás sea a través del principio de causalidad.
Este principio sostiene que todo efecto tiene una causa. Nada en este universo puede suceder o existir sin una causa previa. Si existe un huevo (efecto) es porque antes existió una gallina (causa). Si movemos una silla (efecto) es por la fuerza de nuestros brazos (causa). Si existimos nosotros es porque antes existieron nuestros padres que se unieron para concebirnos y darnos vida. Si retrocedemos en el origen de todo lo que existe y/o sucede, debe haber existido una “causa primera” que dio origen a todo. Sin esta causa primera habría sido imposible la existencia de algo, ya que de la “nada” no puede surgir “algo” o “alguien”.
Esta “causa primera”, desde el punto de vista de la fe es Dios, quien creo “de la nada” todas las cosas tal y como lo dice el libro del Genesis 1, versículos 1 y 2. Tiene que haber “alguien” que haya existido siempre y que existirá siempre. Ahora bien, decimos que Dios es “alguien” y no “algo”, pues con tan solo ver el orden y la complejidad de la creación, es obvio qué hay una inteligencia detrás de todo ello. Por ello, los cristianos vemos en la creación un acto de amor de un ser infinitamente inteligente y eterno, a diferencia de otras posturas que sostienen que todo surgió “de la nada” producto del puro “azar” y que por ello, “todo el universo” vendría a ser “dios”.