¿Se pueden tocar hoy las cicatrices de Cristo para tener fe?

Es un misterio divino por qué el cuerpo resucitado de Jesús conservó las cicatrices de las llagas más profundas de su pasión. ¿Por qué un cuerpo glorioso, restaurado por completo de la muerte, mostraría estas imperfecciones humanas? Una cicatriz es un parche de piel que sobreviene a una herida. En principio, no tendría lugar en un cuerpo glorioso que ya no está sujeto a las leyes de la naturaleza. Esto último a tal punto que podía aparecer en una habitación con las puertas cerradas (Juan 20, 26)

El verdadero significado de las cicatrices

En principio, Jesús lo hizo para que sus discípulos creyeran en su resurrección. No solo el apóstol Tomás tocó sus cicatrices (Juan 20, 27). También los demás discípulos fueron invitados a palparlas (Lucas 24, 39) y seguramente lo hicieron y por ello creyeron. Sin embargo, ¿Eso fue todo? ¿No podemos hacer una lectura más profunda de este evento? Desde mi humilde opinión, dichas cicatrices deben tener un significado mucho más trascendente.

Quizás Jesús nos quiso advertir que en mérito de sus santas cicatrices, toda cicatriz humana producto de un acto de amor supremo será testimonio de resurrección en la tierra y motivo de belleza en el cielo. Como aquella madre que rechaza un aborto, aun cuando su propia vida está en peligro. También como el hijo o hija que sacrifica su juventud por cuidar a su madre enferma. O qué decir de aquellos padres que reciben con alegría a su bebe con alguna patología o limitación física severa. Incluso aquellos enfermos terminales que sin embargo, testimonian el amor de Dios hasta el último instante.

 

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En estos tiempos de pandemia, crisis e incertidumbre que vivimos, muchos quizás sintamos la tentación de Tomás (Juan 20, 25) y terminemos exigiendo al Señor resultados inmediatos a nuestras plegarias, como condición para creer en él y en su misericordia. Sin embargo, el proceso es a la inversa. Hay que pedir al Señor en primer lugar que aumente nuestra fe y luego de ello, veremos como Dios hace posible lo imposible. Así sucedió con el padre del niño endemoniado (Marcos 9, 17 – 27) que clamó a Jesús: “Creo, pero ayuda mi poca fe” (Marcos 9, 24) antes que él realizara el milagro.

Siguiendo el camino de Tomás

¿Cómo hacer para tener fe, o recuperar la fe perdida, o aumentar la poca fe que tenemos en estos tiempos tan difíciles? Habrá que seguir el camino de Tomás y acercarnos con humildad a las cicatrices de Jesús a través de la entrega de amor extremo de aquellos hombres y mujeres que arriesgan su vida para salvar la vida de tantas personas. Médicos, enfermeras, personal de las fuerzas armadas y fuerzas policiales, servidores de limpieza, voluntarios de ayuda social, etc. Más allá de creencias religiosas o no, en estas personas podemos encontrar los testimonios de resurrección que necesitamos para tener, recuperar o aumentar nuestra fe. A través de ellos podemos “tocar” las llagas de Cristo, aunque tengamos que permanecer todos a dos metros de distancia.

Por último, de la misma manera como Tomás dijo “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28), nosotros,  al ver la entrega de nuestros hermanos podemos decir: “Gracias Señor por manifestarte resucitado en la entrega de mis hermanos. Te pido que cuides su salud y a de sus familiares. Dame un corazón igualmente generoso para entregar la vida como ellos lo hacen, desde mi situación, desde mi realidad, desde mi profesión, arte, ciencia u oficio y con aquellos que están más próximos a mí, Amén”.