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Recientemente tuve el gusto de compartir escenario con el teólogo y predicador Fernando Casanova (ex pastor evangélico). Hice junto a mis hijos un preámbulo musical y luego nos quedamos a escuchar su testimonio. Él contó que en su conversión fueron decisivos algunos textos del Evangelio. Se trata de textos que, no obstante haber estudiado muchas veces, de pronto comenzaron a suscitar en su conciencia unos cuestionamientos imposibles de ignorar.
Señaló en primer lugar las palabras de Jesús dirigidas a Simón Pedro:
“…Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella…” (Mateo 16, 18).
Por supuesto, comenzó a reflexionar acerca del hecho de que Jesús fundó aquel día una sola Iglesia y no las más de 63,000 denominaciones cristianas que existen actualmente. También reparó en el hecho de que Jesús tomó a Pedro como la piedra inicial para edificarla. La sucesión apostólica resulta indispensable para mantener el vínculo con dicha fundación inicial. Sin embargo, en la segunda parte del texto aludido él desarrolló el argumento irrebatible. Aquel que finalmente lo llevó a tomar la decisión de hacerse católico.
El Argumento Irrebatible
Jesús dice respecto a su Iglesia, que el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Otras traducciones hablan de “las puertas del Hades” o las “fuerzas del infierno”. Esta expresión constituye una promesa de Jesús, vale decir una promesa de Dios. Se sabe que las promesas de Dios no son solo una expectativa o una esperanza (como cualquier promesa humana). Son un hecho irremediable, con absoluta certeza en su realización. Solo a Dios se le puede reconocer la especialísima atribución de que su palabra es ya un hecho en simultáneo, como queda evidenciado en el relato de la creación: “Dijo Dios, haya luz y hubo luz” (Génesis 1, 3). Negar esto es herejía, ya que es imposible que Dios no cumpla sus promesas. De ser así, simplemente no sería Dios.
Muchas de las Iglesias cristianas que nacieron luego de la reforma se sustentan en que la Iglesia original fundada por Jesús se corrompió por completo, perdiendo por ello su condición de Iglesia original. Sin embargo, ¿cómo puede haberse corrompido por completo la Iglesia que fundo Jesús si él mismo aseguró que ello nunca ocurriría? ¿Jesús se equivocó acaso? ¿Puede Dios cometer errores?
El poder de la muerte no prevalecerá contra ella
Es interesante (y esto si es un aporte mío, más allá del testimonio de Fernando) que todas las traducciones bíblicas utilizan el verbo prevalecer al referirse a las fuerzas del infierno. El uso de ese verbo implica un ataque del mal que no solo será desde afuera sino también al interior de la Iglesia. Jesús no dijo que las fuerzas del infierno no podrían derrotarla o destruirla. Dijo que no iban a prevalecer contra ella.
¿Nuestra Iglesia entonces nunca se llegó a corromper? Tampoco así. Se sabe que en su historia hay épocas muy oscuras y tristes, con errores, excesos y corrupciones inaceptables. Pero, finalmente el mal nunca llegó a prevalecer por completo en ella. Ante cada signo de corrupción, florecía en ella diversas manifestaciones de santidad tan elocuentes como innegables. Manifestaciones que la convierten hasta la fecha en la institución de mayor duración en la historia de la humanidad.
La Iglesia fue fundada por Jesús para la salvación de las almas y no para su condenación. Ella proclama con gozo quienes han logrado llegar al cielo, pero no condena al infierno a nadie ya que no ha sido fundada para ello. Anhela una reunificación de toda la cristiandad pero no puede negar su origen ni ocultar la verdad. La voluntad de Dios es que “todos sean uno” (Juan 17, 21) y que haya “un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10, 16). Oremos para que ello sea posible cuando antes.
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