Su nombre es Manuel y todos le decimos Manuelito, pues tiene apenas 12 años de edad. Los médicos le han diagnosticado leucemia (cáncer a la sangre), en su fase inicial. Se trata de un vecino de Librería Tenax, que vive al costado de nuestro local en una quinta, rodeado de su numerosa familia que incluye a sus padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, etc. Ayer, junto a mi esposa Lida, lo encontramos con su mamá en la calle, regresando de su quimioterapia. La amabilidad y la sonrisa con la que nos saludó, junto a la paz que nos transmitió en ese momento ya resultaban increíbles de por sí. Estaba agradecido con nosotros ya que Lida le había obsequiado un frasquito de agua venida del Santuario de Lourdes en Francia (cortesía de nuestro amigo Juan Alva, residente en dicho país) junto a algo de música para que le sirvan de compañía. Sus familiares nos cuentan que en medio de su situación, él ha llegado a decir que Dios permite que sufra esta enfermedad ya que él tiene mucha fe y quiere que haya más y más fe en su familia. Mientras todos andamos conmocionados por su estado, él por el contrario no ha perdido el sentido del humor y sobre todo la paz y la sonrisa.
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Yo creo firmemente que “nada es imposible para Dios” (Lucas 1, 37) y de hecho todos estamos pidiéndole al Señor que sane a Manuelito. Creo que Jesús sigue haciendo milagros hoy, como lo hacía hace dos mil años en Jerusalén, Cafarnaúm, Galilea, etc. ya que él sigue siendo “el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos, 13, 8). De hecho podría llenar esta bitácora de historia y testimonios respecto al poder sanador de Dios. Sin embargo, lo “imposible” no solo se manifiesta a través de hechos extraordinarios o milagrosos, sino a través de sencillos gestos de amor. ¿No es acaso “imposible” en este mundo con tanta frivolidad, que un joven de 12 años asuma su enfermedad con tanta paz y sin perder la sonrisa?, ¿No es acaso “imposible” en este mundo con tanto egoísmo, que una familia de clase media, cubra a punto de solidaridad y en tiempo récord los ingentes gastos de las quimioterapias? ¿No es acaso “imposible” en este mundo relativista, sostener y testimoniar la fe en situaciones de dolor y tristeza?
En una ocasión, los apóstoles vieron venir a Jesús en medio de una tormenta caminando sobre el mar (Mateo 14, 22 – 33). Ellos creyeron que era un fantasma, se llenaron de temor y se pusieron a gritar (Mateo 14, 26). A veces nos sucede lo mismo en la vida cotidiana. Las “tormentas” de la vida nos inspiran temor al punto de terminar viendo “fantasmas” en lugar de la amorosa acción de Dios. Toda situación de dolor o enfermedad la interpretamos inmediatamente como un castigo o una injusticia en nuestra contra. Le pedimos a Dios una solución “milagrosa” y de preferencia “inmediata”, sin tomar en cuenta que Dios ya se nos adelantó, derramando bendiciones abundantes aún en medio de la circunstancia dolorosa. A veces el temor nos hace caer en desesperación y ello nos lleva a renegar de Dios y perder la fe. ¿Cómo actuar entonces?, pues hay que seguir pidiendo la acción sanadora de Dios, pero no para “sufrir menos” o para “no sufrir”, sino para ser mejores personas y testimoniarlo con más ardor. Nosotros seguiremos pidiéndole sanación para Manuelito y confío en que ello sucederá, pero mientras tanto vamos reconociendo y fortaleciéndonos con su presencia amorosa y sus bendiciones, en medio de la tormenta.
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