Voy percibiendo un peligroso ambiente de desánimo y desconcierto en algunas de nuestras comunidades. Los escándalos sucedidos al interior de la Iglesia y la presión que ejerce un mundo que quiere “liberarse” de la moral cristiana por ser su principal obstáculo para sus intereses, contribuyen a este desconcierto. Por otro lado las gigantescas campañas de sectas e iglesias separadas, con multitudinarias convocatorias y un aparente “éxito total” de milagros y conversiones, contrastan sobremanera con nuestros proporcionalmente “pequeños” retiros, jornadas, conciertos, charlas, clínicas e incluso una descendiente asistencia a nuestras Eucaristías.
En mi servicio musical también lo percibo Los conciertos de “pesca” en colegios y universidades son ahora en la mayoría de los casos, más “cuesta arriba” que antes, con una juventud cada vez más dispersa, cuando no abiertamente contraria a los temas de fe. La tentación aprovecha la ocasión para sembrarnos dudas y desaliento: ¿Por qué a otros cristianos les va mejor que a nosotros? ¿Por qué una buena noticia es ignorada e incluso rechazada por tanta gente?
Sin embargo la Palabra de Dios al hablarnos de la evangelización no nos describe un camino de “permanente” éxito, con resultados siempre óptimos. En la parábola del sembrador por ejemplo, la orden fue “tirar la semilla”, pero con la claridad de que algunas semillas inevitablemente se perderán a la vera del camino, o entre piedras o entre espinas. Incluso las semillas que caigan en tierra buena, tampoco rendirán TODAS el 100%. Algunas rendirán el 60% y otras “solo” el 30%. Pero lo más importante es que tenemos la certeza que triunfaremos junto al Señor (Apocalipsis 17, 14) y al final muchos serán los que se salvarán (Apocalipsis 7, 9).
La “carrera” a la cual aludía San Pablo (Filipenses 3, 12) no es una de 100 metros planos, donde gana el que llega primero, sino un “maratón” donde ganan quienes perseveran hasta el final. Si en el cielo hay fiesta cuando un pecador se convierte, nosotros aquí tendríamos que hacer un carnaval por los 5 chicos de confirmación que se hicieron catequistas; por los 20 niños que tras su primera comunión siguen yendo a Misa; por cada pareja que decide casarse por la Iglesia, por cada persona que se integra a alguna comunidad de oración.
Los “shows” de milagros, conversiones masivas y éxtasis espirituales que nos ofrecen algunas sectas pseudo-cristianas en sus canales de televisión, más parecen dirigidos a “exaltar” la figura de algún personaje buscando otros intere$e$. La evangelización es una tarea silenciosa, de persona a persona. Una labor de hormiga, donde no hay “superhéroes” sino millones de pequeñas (y casi siempre anónimas) obras de amor, a veces ofrecidas en condiciones difíciles o adversas y lamentablemente no siempre aceptadas, pero cuando son fructíferas en un alma, conllevan su salvación. El Papa Francisco en su “Evangelii Gaudium” nos recuerda que toda entrega sincera de amor, Dios la hace fecunda (Juan 15, 5) pero esta fecundidad no se puede cuantificar, pues la misión “no es un negocio, ni un proyecto empresarial, ni una organización humanitaria, sino algo mucho más profundo” (EG 279). “Dios puede tomar nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo al cual nunca iremos” (EG 279). ¡ANIMO! La evangelización no debe parar y nuestra alegría tampoco.