¡En la adoración pasan cosas..! ¿Y en la misa no?

El objetivo de todo evangelizador es llevar a la gente a los pies del Maestro. En la música este objetivo se cumple de manera literal cuando al final de algún concierto, jornada o encuentro se da una adoración al Santísimo Sacramento. Varios de los momentos más hermosos de mis años de servicio musical los he pasado de rodillas ante Jesús Eucaristía, guiando la alabanza. Sin embargo, como todo en la vida, pueden darse ciertas circunstancias confusas que vale la pena aclarar para una mejor formación de nuestra fe.

En medio de un evento, una dama (coordinadora del mismo) se me acerca apesadumbrada pidiéndome acortar mi tiempo de presentación ya que el evento tenía que terminar antes de las 8:00 p.m. y aún faltaba un momento de adoración eucarística y la Misa final. Yo por supuesto accedí al pedido pero, aún así los tiempos no alcanzaban. Entonces me permití sugerir el omitir la adoración y pasar directamente a la Santa Misa. Si el sacerdote lo autoriza podemos hacer un canto de adoración en el momento de la consagración o en la oración final. Ella hizo un gesto de incomodidad y me respondió: “¿Omitir la adoración? ¡NO!, es que durante la adoración “pasan cosas”… De pronto, creo que recapacitó en lo que estaba diciendo y fue a consultar a los demás coordinadores. Finalmente, se omitió la adoración y pasamos directamente a Misa.

Lee también: Una charla parroquial que cambió mi vida

La adoración eucarística es un momento sublime de encuentro con Dios y la presencia de Jesús VIVO, hace que sea hasta lógico que su amor se manifieste con poder ya sea a través de bendiciones, conversiones, sanaciones, consuelo, etc. Sin embargo, la Santa Misa es el CULMEN y el SACRAMENTO de nuestra fe. Existe una relación de género a especie entre una y otra. Vale decir, tenemos adoración eucarística GRACIAS a que existe la Santa Misa y en ella se lleva a cabo la “actualización” del misterio de la redención, y la transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. No es posible ningún tipo de comparación, ni siquiera a nivel “emocional” entre la una y la otra.

Lo que podríamos decir en todo caso, es que la adoración puede resultar un momento preparatorio (como quien afina el corazón) para el momento central de nuestra fe, que es el acceder al banquete pascual. De la Palabra de Dios fluye con claridad que el plan divino no es que lo adoremos únicamente de lejos (como lo hacen millones de cristianos en el mundo que no creen en el misterio eucarístico) sino que literalmente “comamos” y “bebamos” de su cuerpo y de su sangre (Mateo 26, 26 – 27). De allí que el Maestro quisiera quedarse en las formas del pan y el vino, y no en otro tipo de sustancia (una piedra o un metal, por ejemplo), ¿no es cierto?

Es cierto que mientras adoramos a Jesús Eucaristía, en su misericordia él derrama gracias abundantes, llegando a darse prodigios inexplicables para nuestra razón. Pero en la Santa Misa, se derrama la GRACIA de todas las gracias y sucede el PRODIGIO de todos los prodigios, que da curso a todo lo que sucede después. En esa equivalencia es que debemos tener y mantener en nuestra mente y nuestro corazón ambas experiencias de fe.

Lee también: La gracia carismática y la gracia santificante no siempre van de la mano