En las redes sociales se está viendo por estos días una serie de personajes conocidos y desconocidos, arrojándose una cubeta de agua helada y retando a tres personas a hacer lo mismo. Si la persona acepta el reto, estará donando $ 10.00 dólares y si no quiere darse este “baño helado” deberá hacer una donación de $ 100.00 dólares a la Asociación de Esclerosis Lateral Amiotrófica, para obtener fondos y estudiar con mayor profundidad esta enfermedad degenerativa que ataca las neuronas motoras.
La campaña ha sido un éxito rotundo, recaudándose casi $ 23,000,000 de dólares. Muchos personajes del deporte, el cine, la música e incluso la política han realizado este “reto” y han logrado que otros se comprometan a lo mismo, logrando una mayor recaudación. A primera vista parece un juego más que circula en las redes e incluso con cierto tinte de frivolidad, pero el objetivo es comprobadamente benéfico y la institución que lo impulsa tiene suficiente credibilidad como para generar este apoyo masivo. Algunos vienen criticando el oportunismo de ciertos personajes que generan simpatía y rechazo por igual, como Justin Bieber o Britney Spears por ejemplo. Pero ¿es válido hacer un gesto de generosidad, aunque este “contaminado” con cierto oportunismo o búsqueda de figuración?. ¿Cómo ve Dios el hecho de hacer un acto bueno, aunque en el fondo no haya un deseo totalmente puro de hacer el bien?
Una mirada restrictiva (tan de moda en ciertos ámbitos de la Iglesia) puede hacernos citar textos como: “el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (1 Samuel 16, 7); “no se engañen, nadie se burla de Dios” (Gálatas 6, 7) o “cuídate de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos” (Mateo 6, 1); que nos llevarían a descalificar a priori cualquier gesto de este tipo. Sin embargo, el “efecto Francisco” (aludiendo al Papa Francisco) nos invita a mirar las cosas con los ojos de Dios y desde su misericordia. Nuestro Padre Dios es tan bueno que acepta los gestos y actos positivos, aunque estén inicialmente imbuidos de sentimientos frívolos o posturas interesadas en el beneficio propio. En la Parábola del Padre Misericordioso (Lucas 15, 11 – 32) el hijo pródigo regresa a la casa de su padre inicialmente por el hambre que sentía y al recordar que los jornaleros de su padre tenían pan en abundancia (Lucas 125, 17). Casi podríamos decir que regresa por “interés”, buscando recuperar algo de su bienestar anterior, pero sin estar aún sinceramente arrepentido por la terrible ofensa que le había hecho a su padre.
Sin embargo, la misericordia del padre (Dios) es tan grande que el solo “acto positivo” de regresar (por las motivaciones que sean) fue suficiente para que él lo inundara de amor, abrazándolo, besándolo y celebrando una fiesta. (Lucas 15, 23 – 24). Es el amor del padre el que hace arrepentirse al hijo pródigo, y le hace decir desde el corazón: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lucas 15, 21). En cada circunstancia de nuestra vida cotidiana, debemos hacer todo lo posible por ver lo positivo de cada gesto humano (aunque detrás haya otras motivaciones) y orar sinceramente para que el amor de Dios se valga de estos gestos y toque el corazón de estas personas que por lo general viven ignorando su misericordia y su amor.