La alegría perfecta

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En el Evangelio de Juan, Jesús nos habla de la alegría perfecta:

“Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y este gozo sea perfecto” (Juan 15, 11). “Hasta ahora, no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán y tendrán una alegría que será perfecta” (Juan 16, 24).

Los teólogos le llaman “la gran alegría mesiánica”. Consiste en sentirse plenamente amado por el Padre y corresponder a ese amor cumpliendo su voluntad. Una muestra de Jesús experimentando esta alegría perfecta lo encontramos en el exitoso regreso de los 72 discípulos tras ser enviados a Evangelizar.

“En aquel momento Jesús se estremeció de gozo por el Espíritu Santo y dijo: Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Lucas 10, 21).

Este gozo perfecto es de Jesús en primer lugar (Juan 15, 11). Sin embargo, no por ello resulta inalcanzable para nosotros. ¡Todo lo contrario!

Varios apóstoles en vida experimentaron esta alegría perfecta. Por ejemplo Pablo y Silas, quienes no obstante estar encarcelados y torturados, cantaban alabanzas a Dios (Hechos 16, 25). Esteban, exclamó con rostro “iluminado” que veía la Gloria de Dios, casi al momento de ser lapidado (Hechos 7, 55). Fue el gozo que sintieron Pedro, Santiago y Juan en la transfiguración al punto de que el primero llegara a exclamar: “Que bien se está aquí Señor” (Lucas 9,33). Esta alegría perfecta viene del Espíritu Santo y cuando llega al discípulo, “nadie se la podrá quitar” (Juan 16, 22). Es una especie de anticipo del gozo celestial (Efesios 1, 14) que sentiremos ante la Gloria de Dios.

Si Jesús afirmó que existía una alegría “perfecta”, podemos deducir que también existe una alegría “imperfecta” o “parcial”. Por ejemplo, cuando apruebas un examen muy difícil. O cuando ves ganar a tu equipo de fútbol favorito. Si la chica que te interesa te regala una sonrisa. Cuando logras finalmente adquirir una casa propia, etc. También son alegrías que la vida nos depara y que es legítimo buscar y disfrutar. Esto siempre tomando en cuenta que existe una alegría superior que sana, salva y santifica. Una alegría que está muy por encima de los éxitos conseguidos o los bienes recibidos. Una alegría perfecta que se manifiesta más “al dar que al recibir” (Hechos 20, 35).

Hay que tomar en cuenta también que este gozo perfecto está por encima del goce o placer que logramos a través de los sentidos. Hoy en día se suelen sobrevalorar los placeres (especialmente el sexual) al punto de convertirlos en objetivos centrales en nuestra vida. Si bien es legítimo gozar de los placeres que ofrecen los sentidos, (siempre conforme al orden establecido por Dios), no hay que olvidar que existe un gozo perfecto. Un gozo que es eterno y que cuando llega, nadie nos lo podrá quitar (Juan 16, 22). Es absurdo renunciar a este gozo eterno, por ir en busca de placeres humanos que finalmente son efímeros.

Por último hay sensaciones placenteras producidas por sustancias alucinógenas (drogas, alcohol, etc.), por cierto humor grosero o sarcástico y por otras “ocurrencias” que el mundo inventa o inventará en el futuro. Éstas no generan una alegría verdadera sino un goce artificial y banal, que no edifica para nada sino que más bien contamina tu mente y tu espíritu.

¿Conclusión?. Estamos llamados a la alegría (Filipenses 4,4). Hay que disfrutar de toda circunstancia alegre o gozosa que nos depare la vida. Pero hay que tener el discernimiento suficiente para reconocer la legítima alegría natural y humana, de otras euforias artificiales que no edifican para nada, y anhelando siempre la alegría perfecta que viene del Espíritu Santo y que es eterna y vivificadora.

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