La gracia carismática y la gracia santificante no siempre van de la mano

Era una tarde en horas previas a algún concierto en Guatemala. Hacia “zapping” en la televisión cuando de pronto me encuentro con un predicador dirigiéndose a una gran multitud en un canal religioso no católico. El tipo comenzó a citar el Evangelio donde se habla de Jesús como el Rey de Reyes (Apocalipsis 1, 5). Luego haciendo unas “acrobacias teológicas” llegó a la conclusión de que “si somos hijos de un Rey, tenemos derecho a vivir como Reyes”. Manipulando los textos aludidos, hizo una “apología” de su propio “modus vivendi”, sobre el cual aparentemente recibía críticas en su propia congregación. Comenzó a justificar su terno Armani, su rolex que exhibió con mucho orgullo, su limusina y sus “hermanos” de seguridad personal, etc. No contento con ello, hizo una “oración” donde pedía a la gente “pactar con Dios” haciendo un generoso donativo a su causa. Cualquiera que tenga algo de conocimiento de teología elemental, se podía dar cuenta que se trata de una grosera manipulación de la Palabra de Dios y sin embargo la multitud asentía con total convicción. Y es que dicha prédica iba acompañada de varios signos aparentemente “carismáticos” como sanaciones, milagros, etc.

No vamos a abordar el tema de la veracidad de estos “signos”. Al interior de nuestra Iglesia Católica también se sabe que existen algunas personas que teniendo carismas extraordinarios, sin embargo tras bambalinas muestran una conducta que está muy lejos de la “unción” que muestran en su servicio pastoral. ¿Cómo es posible que Dios bendiga de esta manera a estos hermanos? ¿Cómo se pueden mostrar signos carismáticos y no tener ni rasgos de signos santificantes?

Reflexionaba esto con el Padre Ricardo Martensen, Fundador del Movimiento de la Palabra de Dios en el cual participo desde hace 10 años. Desde su sabiduría y experiencia, el padre me dejaba la siguiente afirmación: “la gracia carismática y la gracia santificante no siempre van de la mano”. Se sabe que los carismas, Dios los distribuye según su voluntad (1Corintios 12, 11) y de manera irrevocable (Romanos 11, 29). En el camino, una persona puede perder la fe y conservar el carisma recibido. En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos el dramático ejemplo del diácono Nicolás, que fuera encontrado por los propios Apóstoles como un hombre “lleno” del Espíritu Santo al punto de ser nombrado uno de los siete diáconos que reemplazarían a los Apóstoles en la atención a las viudas (Hechos 6, 5). Años después, los historiadores de la época lo referencian como el fundador de la secta apostata de los “Nicolaitas”, que negaban la divinidad de Jesús.

Es cierto que los signos carismáticos existen y acompañarán a quienes crean en la Palabra de Dios (Marcos 16, 17). Sin embargo dichos signos no son garantía de santidad. Viceversa, la ausencia de signos carismáticos no son indicativo de ausencia o imposibilidad de santidad. El mejor ejemplo que nos da el Evangelio al respecto es la Santísima Virgen María, quien no es mostrada teniendo signos carismáticos, sino que ejerció el carisma más importante de todos, que es el amor a lo largo de su vida. Igualmente varios santos alcanzaron los altares, sin haber mostrado signos carismáticos en vida como Santa Teresita de Lisieux.