La gracia de Dios recibida nunca se pierde por completo

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Frecuentemente al final de mis conciertos o a través de las redes sociales, muchos amigos y amigas me manifiestan su nostalgia por los años que estuvieron vinculados a la pastoral juvenil o a algún servicio en la Iglesia. “Sin duda fueron los mejores años de mi vida” suelen decirme. Recuerdan con melancolía la “confirma”, la catequesis, los retiros, las jornadas y demás vivencias. Ahora son adultos atrapados por una sociedad de consumo. Literalmente se les va consumiendo la vida con todo tipo de obligaciones. No tienen tiempo para los hijos, para el o la cónyuge. Mucho menos tienen tiempo para Dios. Algunos viven situaciones de pecado que ya asimilaron como “normales”. Otros perdieron totalmente la fe, volviéndose ateos o agnósticos. El vacío que se siente en el corazón es muy fuerte, tal y como nos lo advierte San Pedro (2 Pedro 2, 21).

La Gracia Divina

Sin embargo, el Papa Francisco nos recuerda que “Dios es más grande que todos nuestros pecados” (Homilía en Santa Marta del 14/12/2015). ¿Qué significa esto? ¿Significa que ahora ya nada es pecado porque Dios es tan bueno que al final nos perdonará todo?. Por supuesto que NO. Más bien, se refiere a que la gracia divina que hemos recibido es tan fuerte que no se pierde. No aunque hayamos dejado de practicar la fe. No incluso aunque nos hayamos hundido en una vida de pecado.

Todos los momentos de oración vividos, el amor que hemos entregado y recibido, las obras de misericordia realizadas y sobre todo los Sacramentos celebrados NO se pierden. No desaparecen, ni se diluyen. Siguen allí en el corazón de cada ex catequista o de cada ex servidor pastoral. Vivir una experiencia real de FE no son sólo recuerdos gratos o anécdotas valiosas. Es la gracia de Dios derramada en nuestra vida. Incluso en el caso de los Sacramentos como el Bautismo o la Confirmación, esta gracia es siempre indeleble. No es lo mismo recordar los años de servicio con los Boy Scouts, la Cruz Roja, los Bomberos o cualquier otro voluntariado, que recordar tus años de servicio pastoral en los cuales recibiste los sacramentos del Bautismo y la Confirmación.

Con mucha sabiduría Martín Valverde hizo una canción hace algunos años que decía: “Aún queda Dios, escúchalo, él aún sigue allí como allá en tu juventud”. Cuando recibimos los sacramentos, recibimos la misma vida de Dios. Son como la extensión del manto de Jesús que tocó la hemorroísa y que la curó (Marcos 5, 21 – 31). Es la propia “vida divina” transmitida a través de estos signos sensibles y eficaces (CEC 1146). Son mucho más que “lindos recuerdos”. Hay “fuerza divina” transmitida a través de ellos que podrá estar aletargada o dormida en nuestro corazón. Pero nunca desaparece del todo y en cualquier momento puede ser desatada nuevamente.

Volver a recordar

Alguien me dijo una vez: ¿De qué sirve ponerse a recordar tiempos pasados, por más buenos que hayan sido, si ahora ya estoy en “otra cosa”?. Pues si fueran solo recuerdos, solo serviría para alimentar nuestra nostalgia. Pero si ello significa volver a tomar contacto con la gracia divina, pues aunque ahora estemos en “otra cosa”, Dios puede sacarnos de “esa cosa” y llevarnos tras de sí a través de su infinito amor. En ese sentido, por supuesto que vale la pena recordar, rememorar y volver a vincularse con la vida de fe, aunque sea a través de una canción, de un retiro, de un reencuentro, de nuevos momentos de oración y de nuevas experiencias de fe.

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