La mejor ofrenda para Dios, pero ¿qué es lo mejor para Él?

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En el ámbito pastoral, frecuentemente se escucha que siempre hay que dar “lo mejor” en todo sentido a Dios. Todo servicio pastoral debe hacerse con la mayor “excelencia” para que nuestra ofrenda sea “digna”. Este punto de vista ha prevalecido en la Iglesia por muchos siglos y quizás sea el motivo de que muchos ornamentos sagrados sean de oro o la plata. Al contener un cáliz la sangre de Jesús, resulta inconcebible para algunos que éste sea de otro material que no sea oro o plata. Esto a pesar que el cáliz original seguramente haya sido de madera.

La ofrenda agradable a los ojos de Dios

¿Es esta una correcta interpretación de lo que es más agradable a los ojos de Dios? ¿Lo mejor para Dios es siempre lo más caro, ostentoso o sofisticado? ¿No es “digno” del Señor aquello que es sencillo, económico, simple? Pues esta premisa se ve derrumbada por el siguiente texto del Evangelio:

“Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba como la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de los que les sobraba, pero ella en su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”  (Marcos 12, 41 – 44)

Sin embargo, algunos interpretando erróneamente este texto se van al otro extremo. Dicen que solo las ofrendas de los pobres son agradables a Dios. Según ellos, solo los pobres y necesitados serán realmente bienaventurados. (“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” Mateo 5, 2 ). Más bien los ricos, dicen, son despreciados por Dios, siendo casi imposible su salvación. (“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el Reino de los cielos” Marcos 10, 25 ).

La ofrenda de la viuda

Jesús recibió la ofrenda de la viuda con el mismo amor con que recibió luego la fortuna de José de Arimatea (Juan 19, 38). ¿Cuál es entonces la mejor ofrenda ante los ojos de Dios? ¿Qué tipo de ofrenda resulta digna de él? Pienso que la clave está en las dos últimas frases del texto de la ofrenda de la viuda. Según el propio Jesús, ella ofrendó más que todos los que habían dado verdaderas fortunas. No se refería a su sola condición de pobre, sino porque esas dos monedas de cobre eran todo lo que poseía.

Cualquier ofrenda, entrega, servicio o asistencia en nombre de Dios será agradable a sus ojos, siempre y cuando vaya con ello todo nuestro ser. Nada más gráfico que las palabras de Santa Teresa de Calcuta, cuando nos dice: “Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”.  Hay ofrendas, servicios o entregas que realmente no nos duelen, pues no te juegas nada al ofrecerlas. No hay riesgos, ni privaciones, ni renuncias ni sacrificios de ningún tipo. Todo ya lo tienes financiado, tu futuro está asegurado por otro lado. O resulta que el gasto ya está patrocinado, nunca “pierdes el sueño” ni te involucras con quien sirves.

Entonces, estamos llamados a hacer ofrendas agradables a Dios siempre que “duelan”. Ello por encima del gasto que implique, la “excelencia” que se alcance, o la sofisticación que se consiga. Estas ofrendas tienen que implicar verdaderas renuncias, desprendimientos, sacrificios y riesgos. ¿Son estas, las características de nuestras entregas?

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