En el Evangelio de Mateo 17, 1 – 9, se relata el milagro de la transfiguración. Jesús decide “abrir” el cielo en la tierra por un instante ante los ojos de Pedro, Santiago y Juan. Ellos pudieron ver a Moisés y Elías (la antigua alianza), conversando con Jesús. La mayoría de cristianos creemos en este milagro, pues esta relatado en la Biblia.
En la Eucaristía, Jesús también decide “abrir” el cielo en la tierra para nosotros, pero sin transfigurarse, por lo cual no lo podemos ver. Si pudiéramos ver lo que sucede en la Eucaristía, veríamos la escena original del sacrificio de Jesús en el Gólgota (la nueva alianza). ¿Cómo es posible que en cada Misa nos unamos al sacrificio de Cristo, si aquello sucedió hace 2,000 años? Por la misma razón que Pedro, Santiago y Juan vieron a Moisés y Elías vivos, en un tiempo en que ambos llevaban muertos más de 900 años. Y es que en el cielo no existe el tiempo, no hay ni pasado ni futuro, sino solo existe un eterno presente, siempre vigente. En el cielo ya nadie “envejece”, porque no existe el paso del tiempo. Por ello la Virgen María puede presentarse en México (siglo XVI) y el Portugal (siglo XX), siendo descrita igualmente como una mujer joven y bella.
La Eucaristía no es una transfiguración sino una transubstanciación de las formas del pan y el vino, las cuales, sin cambiar de apariencia, se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús. ¡Es un milagro, no visible! Pedro, Santiago y Juan no necesitaron de la transubstanciación, pues ellos tenían al Señor físicamente. Nosotros, si necesitamos de este milagro, para percibir y recibir su cuerpo y su sangre hoy. ¿Por qué creerlo? Por la Palabra de Dios y los milagros eucarísticos (130 comprobados científicamente) donde, en la mayoría se ha encontrado rasgos de sangre tipo AB positivo y tejido “vivo” del miocardio.