Me tocó inesperadamente ser testigo de una discusión entre tres personas (un varón y dos damas), empleados de una librería. Hablaban acerca del aborto. El varón salió al frente sosteniendo estar de acuerdo con el aborto, tomando en cuenta que esos niños no deseados se convierten finalmente en delincuentes, a los que sería preferible “eliminar” anticipadamente. Lo hacía a voz en cuello, convencido de sus afirmaciones e incluso con el deseo de polemizar si alguien le saliera al frente. Una de las damas comenzó a argumentar tímidamente y en voz baja en favor de la vida, ante lo cual el varón insistía en sus argumentos con voz firme y mucho convencimiento.
En ese instante interviene la tercera persona, quien se identificó como católica, pero ante el debate, buscó una aparente solución “salomónica” (ni para ti, ni para mi). El aborto en general es algo no deseable, pero debería permitirse en ciertos casos. El debate se interrumpió ante la llegada de más clientes, pero por lo que me pareció, la solución “salomónica” resulto ser satisfactoria para todos. Sucede que el “empate” es preferible a que el conflicto continúe.
Lo curioso es que Salomón, en la famosa sentencia que cuenta la Biblia, nunca buscó una solución intermedia, sino buscó siempre la verdad. La sentencia absurda que inicialmente emitió Salomón de “partir en dos” al bebé, fue solo un recurso para descubrir la verdad acerca de quién era la madre del niño (1 Reyes 3, 16 – 28). Cuando se trata de la defensa de la vida, no hay lugar a posiciones intermedias o neutrales, sino hay que buscar siempre que aflore la verdad. Ciertamente no hay “varias” verdades según la opinión de cada quien, sino una sola verdad, por encima de las opiniones.
Es cierto que el Apóstol Pablo nos pide evitar las “discusiones inútiles” (2 Timoteo 2, 14) pero esta recomendación no pretende contravenir lo que nos pide el Apóstol Pedro respecto a “dar razón de nuestra esperanza delante de cualquiera” (1 Pedro 3, 15). Es cierto que debemos hacerlo “con delicadeza, respeto y tranquilidad de conciencia” (1 Pedro 3, 16) y tratando siempre de vivir en paz con todos (Romanos 12, 18), pero de ninguna manera debemos guardar silencio o transigir a nuestras convicciones para buscar soluciones “intermedias”.
La Marcha por la Vida y todas las demás manifestaciones que podamos hacer en defensa de la vida son elementos importantes para nuestra lucha. Sin embargo, es importante también defender la vida en la cotidianidad. En cada reunión familiar, en cada conversatorio o entrevista que nos toque dar, en cada clase escolar y/o universitaria donde nos toque participar, en cada coloquio del barrio, NO DEBEMOS CALLAR. Debemos al menos dejar sentada nuestra posición sobre estos temas, con respeto pero con claridad, sin apelar a adjetivos agresivos, pero sin transigir a nuestras convicciones. En este tema en particular, de la defensa de la vida desde el momento de la concepción, no hay solución intermedia o excepcional que discutir. No hay “empate” que nos sirva.