Un amigo por Facebook me preguntó si hay algo de malo en ser fanático de las películas de terror. Primero hay que distinguir entre el cine de “terror” y el cine de “suspenso”. Hay películas de suspenso que te ponen literalmente los “pelos de punta”, pero utilizando recursos cinematográficos y actorales imaginativos y sobre todo auténticamente artísticos. En años anteriores el director Alfred Hitchcock fue un maestro en este género. Sin embargo, en los últimos años hay un cine de “terror” que más bien es cine “ocultista”. Se busca exaltar lo diabólico y oscuro, al punto que casi siempre el mal gana sobre el bien. Se exagera en los efectos especiales para mostrar explícitamente escenas de laceraciones, decapitaciones, torturas, etc. hasta llegar incluso al mal gusto, siendo que uno de los recursos válidos del arte cinematográfico es dejar siempre “algo” para la imaginación del espectador y no ser tan explícito en todo siempre. Hacerte aficionado a este tipo de “terror” explícito y hasta morboso, te “familiariza” con escenas de violencia y sadismo que inconscientemente van cambiando tu forma de ver el mundo. Sin ser especialista en el tema, me atrevo a hacer un paralelo con la pornografía. Hay estudios científicos recientes que prueban que el hábito de consumir pornografía te va cambiando la configuración del cerebro hasta crearte una adicción, tan fuerte y dañina como cualquier droga.
Así como en la pornografía, llega un momento en que el sexo explícito ya no resulta satisfactorio y la persona tiende a buscar otras imágenes más “fuertes” para excitarse; igualmente este tipo de terror “ocultista” te lleva a asumir las imágenes violentas como algo “normal” y te puede llevar a requerir de imágenes cada vez más “escabrosas” para experimentar el clímax del cine terrorífico que es un buen “susto”. Nada más peligroso que sentir atracción e incluso familiaridad con lo diabólico, ¿no crees?
Desde el punto de vista espiritual, todo tipo de interés ocultista resulta un peligro. La Palabra de Dios nos dice: “todos Uds. son hijos de la luz, hijos del día, nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5, 5). Hubo un episodio de la vida de Jesús en el que sus apóstoles, en medio de una tormenta y viajando en la barca de Pedro se pegaron un tremendo “susto” al ver a Jesús caminando sobre el mar (Mt.14, 22 – 33). Cual película de terror, creyeron ver a un “fantasma” y “llenos de temor, se pusieron a gritar” (Mt. 14, 26). Jesús de inmediato les dijo: “Tranquilícense, soy yo, no teman” (Mt. 14, 27). Él no quiere que vivamos sobresaltados ni llenos de temor. Mucho menos quiere que sintamos “fascinación” en la búsqueda de estas situaciones de terror, morbo o pánico, creyendo experimentar algún tipo de “placer” en ello. La afición desmedida a estas cosas, podrían constituir la antesala hacia alguna patología u otra situación psicológica más compleja y peligrosa.