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Una mentira oculta
Vengo escuchando ciertas frases en boca de gente amiga y creyente, ya sea en conversaciones informales, comentarios en redes sociales y hasta consejos al final de mis conciertos. Son “verdades” que suenan a mentira, como:
– Es mejor no mencionar mucho a Jesús, para no “espantar” a nuestros hermanos no creyentes.
– Sería preferible que ya no cantes mucho tu canción “Credo” para no “ofender” a nuestros hermanos separados.
– La verdad es importante pero el amor lo es más. Por ello, es mejor “callar” ciertas verdades para no “herir” a quienes no piensan como nosotros.
– Defendamos nuestras convicciones pero sin usar la Palabra de Dios, para que no digan que nuestros argumentos son solo religiosos.
¿Parecen recomendaciones sensatas, no es cierto? Sin embargo, ¿Se puede evangelizar al mundo sin mencionar a Jesús, sin profesar nuestra fe, sin decir la verdad y sin usar la Palabra de Dios? ¿No te sabe esto a una mentira camuflada? Algunos incluso se valen del Papa Francisco para justificar esta postura. ¿En qué documento u homilía el Papa ha dicho que hay evitar mencionar mucho a Jesús, relativizar su Palabra, ignorar la verdad y dejar de afirmar lo que creemos? Más bien él sí ha dicho que no debemos “licuar” la fe sino asumirla entera con todo lo que ella conlleva.
La buena noticia
Es cierto que a veces conviene no mencionar a Jesús de entrada. Esto de modo que la gente abra su corazón y no se escude tras prejuicios. Así actuó Jesús con los discípulos de Emaús a quienes escuchó y predicó durante horas como peregrino anónimo (Lucas 24, 16). Sin embargo, él mismo se les reveló al final de dicha caminata (Lucas 24, 31). La buena noticia que los cristianos tenemos para el mundo no puede limitarse a pregonar valores humanos o ideas positivas. Ella consiste en un hecho: ¡Jesús está vivo! ¿Se puede transmitir dicha buena nueva, sin mencionar al actor principal del hecho?
San Pedro fue quien nos pidió “dar cuenta de nuestra esperanza” (1 Pedro 3, 15) con “delicadeza, respeto y claridad de conciencia” (1 Pedro 3, 16). Pero ello no implica renunciar a nuestras creencias ni mucho menos callar la verdad. El Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad, cuya función es guiarnos a la verdad (Juan 16, 13). Es la verdad la que nos hará libres (Juan 8, 32) ¿Realmente crees que Dios nos esté pidiendo callar o negar la verdad de alguna forma? El amor no puede callar la verdad ni siquiera por misericordia. Más bien el amor nos conduce a la verdad a través de la misericordia.
El don de la verdad
Por ello la verdad hay que decirla, pero con y por amor. ¿Cómo lograr ello? Esto es un don que hay que pedirle al Espíritu Santo. El día de Pentecostés (Hechos 2, 12 – 41) San Pedro, dirigiéndose a una muchedumbre de judíos, les dijo dos veces una terrible verdad: “Uds. mataron a Jesús” (Hechos 2, 23 y 36) y esa muchedumbre, en lugar de repudiarlo o agredirlo, se pusieron a llorar y le preguntaron que debían hacer para salvarse (Hechos 2, 37). Solo el Espíritu Santo es capaz de semejante prodigio y ahora más que nunca necesitamos de esta asistencia, ante un mundo que prefiere “apartarse de la verdad para escuchar cosas fantasiosas”, como lo anunciaba San Pablo (2 Timoteo 4, 4)
Es cierto que sobran argumentos lógicos y científicos para defender nuestros valores y principios. Sin embargo, no por ello, vamos a dejar de prevenir a la gente lo absurdo y grave que es desafiar a Dios e ir contra su voluntad. Habrá muchos que entrarán en razón con solo escuchar la sabiduría divina de la Palabra. No en vano San Pablo decía que la fe viene como consecuencia de la predicación de la Palabra de Dios (Romanos 10, 17) y no de argumento humanos.
En adelante escucharemos frases aparentemente llenas de amor, pero que solo buscan “licuar” la fe para que se adapte a los gustos actuales de la gente. Que el Espíritu Santo nos de discernimiento para descubrir y develar este tipo de mentiras camufladas.
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