La principal evidencia de la resurrección de Jesús

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La Principal Evidencia de La Resurrección de Jesús

Muchos a lo largo de la historia han hecho esfuerzos por traerse abajo el Evangelio y negar o poner en duda la resurrección de Jesús. Basándose en la falta de evidencia, se han inventado distintas teorías sobre un posible fraude de la resurrección de Jesús, entre las cuales menciono algunas:

  • Teoría del robo del cuerpo. Sus discípulos robaron el cuerpo y crearon la “leyenda” de Jesús resucitado.
  • Teoría de Jesús como un espíritu o un fantasma. La resurrección se dio pero solo en un nivel espiritual.
  • Teoría de la no muerte de Jesús. El no habría muerto del todo en la cruz y José de Arimatea junto a algunas mujeres atendieron al moribundo Jesús hasta que se recuperó del todo.
  • Teoría de la alucinación colectiva. Las diversas apariciones posteriores de Jesús resucitado solo sucedieron en las mentes de las personas que afirmaron ser testigos.
  • Teoría del hermano gemelo. No merece mayor explicación ni análisis.

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Evidencias de la resurrección de Jesús

Respecto a la supuesta alucinación colectiva de las 500 personas que vieron a Jesús resucitado según San Pablo (1 Corintios 15, 6) ya es difícil creer que se haya podido dar una “alucinación” con tal cantidad de personas. Sobre todo, que se extienda en el tiempo y se propague como noticia de manera escrita en tiempos donde no había imprenta. Hay mitos y leyendas de la antigüedad que fueron registradas en algunos pocos papiros antiguos, lo cual refuerza su condición de mito. Pero del nuevo testamento se han encontrado casi 6,000 escritos a mano de la época. Es imposible que una alucinación pueda propagarse de esta manera y con esos medios precarios.

Según los Evangelios, fueron mujeres las primeras que atestiguan la resurrección de Jesús (Marcos 16, 1 – 8). Si hubiesen querido construir un fraude, los evangelistas no habrían mencionado a mujeres como testigos, ya que en aquel tiempo el testimonio de las mujeres tenía poco valor jurídico. No es casualidad que en el Libro del Deuteronomio la palabra testigo este escrita en masculino (Deuteronomio 17, 6; 19, 15 – 21).

El testimonio de un Cristo vivo a lo largo de los siglos

Sin embargo, la principal evidencia de la resurrección de Jesús es la increíble transformación de un grupo de hombres sin instrucción quienes de la cobardía comprobada (Lucas 23, 49; Mateo 26, 75) pasaron a vivir una vida de sacrificios que acabó casi en todos los casos en el martirio. La psicología enseña que nada hace al hombre más propenso a la cobardía que una mentira que pese sobre su conciencia. Si esto hubiese sido un fraude, ¿cómo es posible que no haya registro de historia eclesial o secular que arroje un atisbo de arrepentimiento o confesión de fraude de todos estos hombres y mujeres incluso en medio de torturas o martirio?

San Pablo dijo: “Si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Corintios 15, 14) y es que en ello consiste la buena noticia que los cristianos tenemos para el mundo. No se trata de una doctrina, de una ideología o de una nueva filosofía, sino que se trata de la mayor novedad revelada por el mismo Dios a la humanidad: ¡Él está vivo!

Dios no es ni el sol, ni la luna, ni las fuerzas de la naturaleza, ni una energía impersonal, ni mucho menos un ser humano cualquiera, sino un Padre amoroso, creador de todas las cosas que envió a su Hijo para salvarnos y que luego de ser crucificado, resucitó de entre los muertos.

Comunicando la buena nueva

No existen fotos, ni vídeos, ni evidencia física de Jesús resucitado. Ni siquiera la propia Sabana Santa de Turín, expuesta recientemente, ni ninguna otra reliquia de esa época pueden ser consideradas evidencias plenas de su resurrección. La prueba más contundente que tenemos de este hecho es el testimonio de los Apóstoles y discípulos de los primeros tiempos de la Iglesia que fueron corriendo a comunicar esta buena nueva con tal fervor que en dos siglos ya habían evangelizado a casi la mitad del Imperio Romano, desde la clandestinidad y sufriendo una terrible persecución. ¿Somos nosotros igualmente entusiastas anunciadores de esta buena noticia?

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